Hiendelaencina se encuentra en el extremo nororiental del Sistema
Central en su punto de encuentro con la Cordillera Ibérica. Está enclavada en el Parque Natural de la Sierra Norte de
Guadalajara que
se extiende por el noroeste de la provincia de Guadalajara con una extensión de
117.898 donde se encuentran el Hayedo de Tejera Negra (uno de los hayedos más al sur de
la Península Ibérica), el Macizo del Pico del Lobo-Cebollera (Zona de Especial
Protección para las Aves (ZEPA)), la sierra de
Ayllón declarado Lugar de Importancia Comunitaria (LIC), la Reserva Nacional
de Caza del Sonsaz y la Reserva Fluvial del río Pelagallinas.

Su paisaje se completa con las transformaciones derivadas de la
agricultura, ganadería y de la minería. Labrantíos dedicados antaño al
cultivo del cereal, pequeños huertos en el fondo de los valles con cercados de
piedra, que en las cercanías del pueblo, son los únicos que actualmente se
cultivan. Estos cercados alternan grandes lajas de piedra clavadas en la tierra
(hincaderas) con pequeños muros de piedra que pueden alcanzar hasta los 50 cm,
y permiten descubrir el duro trabajo de antaño.
La ganadería de ovejas o cabras han pastado por las zonas más pendientes de su territorio. Todavía podemos encontrar muchas casillas en uso (llamadas tainas o parideras y declaradas BIC (Bien de Interés Cultural) para guardar el ganado con sus rediles o corrales, realizadas con la piedra del lugar y con las mismas características arquitectónicas que encontramos en la zona más antigua del pueblo.

Cuando se descubre el yacimiento
de plata en 1844, Hiendelaencina y su entorno sufren un cambio que modificará
tanto su estructura urbana como su entorno rural. La apertura y excavación de los pozos genera
edificios para albergar la maquinaria, las oficinas, talleres, chimeneas y toda
una serie de dependencias para llevar a cabo esta actividad. Además, el mineral
extraído cubre parte de la superficie de cultivo creando grandes escombreras.

“Desde ese momento la situación de los
habitantes de Hiendelaencina cambió. La rápida localización de las siguientes
menas favoreció en poco tiempo la instalación de una gran cantidad de minas,
así como el significativo contenido de
plata de la mena favoreció la instalación de una magnífica fábrica de
amalgamación en el valle del Bornova. Algunos accionistas, como Órfila se
asentaron en Hiendelaencina, y como las míseras chozas del pueblo no ofrecían
un espacio habitable ni para ellos ni para los empleados de la mina, se
construyeron nuevos edificios. De esta forma no sólo los habitantes de
Hiendelaencina sino también los de los pueblos vecinos encontraron una
ocupación duradera y remunerada, unos como mineros u obreros siderúrgicos,
otros como braceros en la construcción, o como arrieros para el transporte del
material de construcción, de los aperos, los minerales y de los alimentos.
Junto a las míseras chozas de gneis se
levantaron pronto edificios espléndidos y es de esperar que dentro de una
década, en estas calles estrechas, retorcidas y sucias, formadas por chozas
bajas de piedra negra, discurran calles uniformes con edificios modernos, y que
en lugar del antiguo pueblo mísero, se despliegue una respetable ciudad.
Antiguamente había en esta meseta desierta una vida muy animada. En las calles
del pueblo original apenas se podía andar de la cantidad de procesiones de
animales de carga y de gente que iba y venía; en la parte de arriba del mismo,
en el norte, se trabajaba en la construcción de una iglesia, que iba a llenar
la parte aún vacía de una gran plaza regular. Enfrente de ésta se levanta una
enorme posada, donde con mucho esfuerzo pude encontrar alojamiento; otra parte
de la plaza esta decorada con la espléndida casa Órfila, que con sus alargadas
hileras de ventanas y sus persianas verdes parece un palacio al lado de los
minúsculas chozas de gneis”.